La percepción de la vejez ha evolucionado significativamente a lo largo de la historia. Si bien en épocas pasadas la longevidad era vista como una bendición divina, como en el caso de Matusalén con sus 969 años, con el tiempo la vejez fue asociada a la decrepitud, la inutilidad y hasta el rechazo social. Sin embargo, en las últimas décadas, este panorama ha cambiado radicalmente.
La mejora en las condiciones de vida y los avances médicos han permitido que las personas mayores conserven una buena salud y vitalidad incluso a edades avanzadas. Ya no se distinguen tanto de las generaciones más jóvenes en cuanto a estilos de vida, intereses y apariencia. Lejos quedan los estereotipos de la abuela gruñona o el vejete ridiculizado.
En la actualidad, los jubilados se han convertido en un componente esencial de la sociedad, no solo como consumidores, sino también como activos participantes en asociaciones y voluntariado. La vejez ya no se aprecia tanto por el número de años, sino por el estado de independencia física y mental de las personas.
Este cambio de paradigma refleja una sociedad más atenta a los grupos vulnerables y que valora la sabiduría y experiencia de los mayores. Sin embargo, los desafíos persisten, especialmente en torno a enfermedades como el Alzheimer, el "nuevo mal del siglo". La vejez sigue evolucionando y adaptándose a los tiempos, dejando atrás la imagen del "viejo" para dar paso a la de un segmento activo y vital de la población.
