Las intensas lluvias y las crecidas de los ríos en el departamento de Santa Cruz han dejado una devastadora tragedia humana. Varias localidades como El Torno, Colpa Bélgica, Yapacaní y Porongo han sido gravemente afectadas por las inundaciones, con casas, caminos y certezas arrasadas.
La pérdida de vidas humanas es el mayor dolor que enfrenta la región. Más allá de los números fríos de fallecidos y desaparecidos, detrás de cada estadística hay familias que esperan con angustia, noches de vigilia e incertidumbre. Esta no es solo una catástrofe natural, sino ante todo una tragedia humana que interpela a toda la sociedad y, sobre todo, al Estado.
Las inundaciones no son fenómenos desconocidos ni imprevisibles en esta zona geográfica. Sin embargo, la ausencia de una planificación, inversión y prevención adecuadas ha convertido los riesgos en verdaderas catástrofes. Cada persona fallecida y cada desaparecido son un recordatorio de que la falta de acciones oportunas puede tener consecuencias fatales.
Ante esta situación, el presidente Rodrigo Paz ha activado un gabinete de crisis, pero la magnitud de lo ocurrido exige medidas más contundentes. La solicitud inmediata de ayuda internacional, especialmente en logística, rescate y transporte aéreo, se vuelve imperativa, sobre todo cuando el propio mandatario ha reconocido la grave situación de los helicópteros del Estado, con muchos de ellos en tierra por falta de mantenimiento.
Esta tragedia también pone en evidencia el fracaso estructural de la prevención de riesgos en la región. Hace apenas días, EL DEBER había publicado un reportaje que alertaba sobre decenas de puntos vulnerables a lo largo del río Piraí, con defensivos inexistentes, deteriorados o abandonados. Sin embargo, la respuesta institucional se limitó a un cruce de acusaciones entre exautoridades y actuales responsables, sin un plan de acción ni una intervención inmediata.
La naturaleza no negocia, no espera consensos ni perdona improvisaciones. Ahora, Santa Cruz llora una vez más, y el país debe aprender, una vez más, la dura lección de que la prevención y la preparación son esenciales para mitigar el impacto de los desastres naturales y evitar que la tragedia humana se repita.











