Una columnista de neurociencia y su familia lograron una notable transformación en su bienestar tras adoptar prácticas respaldadas por la ciencia para mejorar la salud cerebral. En apenas un año, pasaron de una vida marcada por el consumo de alimentos ultraprocesados y el sedentarismo a incorporar una serie de cambios que, según la evidencia científica, favorecen la función cognitiva y la salud mental.
El primer gran cambio se produjo en la alimentación y el uso de suplementos. Helen Thomson, la columnista, comenzó cada mañana con una dosis de creatina disuelta en agua, acompañada de un multivitamínico y yogur natural rico en bacterias beneficiosas. Esto se basó en estudios que demuestran que el consumo diario de un multivitamínico puede ralentizar el deterioro cognitivo en más de un 50% y que la creatina proporciona una fuente de energía esencial para el cerebro.
Pero el cambio más significativo no se limitó a los suplementos, sino que se reflejó en la cesta de la compra semanal. Tras conversar con neurocientíficos y nutricionistas, Thomson comprendió la importancia de cuidar el microbioma intestinal. Incorporaron tres tipos de alimentos fermentados al día, eliminaron los ultraprocesados del desayuno y priorizaron una dieta variada basada en alimentos integrales. Según los expertos, esta estrategia busca fomentar la diversidad bacteriana, un factor clave para la salud cerebral.
Otra de las prácticas incorporadas fue la exposición regular al frío y al calor. Thomson relató que, tras dejar a sus hijos en la escuela, se sumergía en un estanque frío y luego pasaba por la sauna antes de iniciar su jornada laboral. Estas exposiciones, según la evidencia científica, pueden reducir la inflamación y el estrés, además de fortalecer la conectividad entre redes cerebrales responsables de la gestión emocional, la toma de decisiones y la atención.
La actividad física y el contacto con la naturaleza también se convirtieron en prioridades familiares. Las caminatas diarias por el parque y la jardinería no solo promovieron el bienestar físico, sino que también contribuyeron a aumentar la diversidad de bacterias intestinales beneficiosas. Además, caminar por entornos naturales como bosques puede favorecer la memoria, la cognición y ofrecer protección frente a la depresión.
En el ámbito de la estimulación cognitiva, Thomson y sus hijos dedicaron tiempo al aprendizaje de idiomas a través de aplicaciones, no solo por los beneficios ling ísticos, sino también para fortalecer la reserva cognitiva, considerada la defensa del cerebro frente al envejecimiento. La autora también retomó la práctica del piano, recordando que los desafíos mentales, como aprender nuevas habilidades, contribuyen a mantener la agudeza mental y a prevenir el deterioro asociado a la edad.
Los resultados de estos cambios no tardaron en manifestarse. Thomson observó mejoras inmediatas en su entorno familiar: niños más tranquilos, mayor claridad mental y un aumento de la energía diaria. Aunque reconoce la posibilidad de un efecto placebo, la autora sostiene que la combinación de estos hábitos ha generado un impacto real en su calidad de vida.
De cara al próximo año, Thomson expresó su intención de seguir explorando formas sencillas y respaldadas por la ciencia para mantener el cerebro en óptimas condiciones, una búsqueda que, según sus palabras, continuará guiando su día a día.












