La Navidad corre el riesgo de convertirse en una fecha más del calendario, llena de luces, compras, tráfico y regalos, pero sin recordar lo esencial: la conmemoración del nacimiento de Jesús. Sin embargo, este es un llamado a volver al origen y recuperar el verdadero significado de esta celebración.
La Biblia describe el nacimiento de Jesús con mucha sencillez: "Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre" (Lucas 2, 6-12). Fue en ese momento, en silencio y pobreza, que comenzó a cambiar la historia. San Juan Pablo II explicó que las palabras clave para comprender este misterio son: "humildad, silencio, asombro y alegría".
Benedicto XVI profundizó aún más, al señalar que "Dios se hizo pequeño para que pudiéramos comprenderlo, acogerlo y amarlo". Mientras el mundo resalta el éxito, el ruido y la apariencia, Dios elige la sencillez para encontrarse con el hombre y recordarle lo esencial.
Este es un llamado especialmente para las familias. La Navidad es una oportunidad para volver a mirarnos, sentarnos juntos, platicar sin pantallas y enseñar a nuestros hijos que lo más importante no se compra. Cuando en un hogar se recupera el silencio, la reflexión y el agradecimiento, el nacimiento debajo del árbol deja de ser un adorno y se convierte en un mensaje para todos.
El Papa Francisco advirtió que no debemos dejar que nuestras celebraciones estén dominadas por el consumismo, que nos distrae de lo esencial. Nadie está diciendo que renunciemos a los regalos ni a la alegría familiar, sino que no perdamos de vista quién es el verdadero protagonista de esta celebración: Jesús.
En medio de tensiones, polarización y cansancio, la Navidad puede convertirse en un punto de encuentro. El anuncio del ángel sigue vigente hoy: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace" (Lucas 2, 14). Esa paz no nace del ruido ni de la confrontación, sino del corazón que se abre a Dios y se dispone a perdonar.
Volver al origen no es complicarse; es simplificar. Es detenernos un momento para agradecer, pedir perdón, disculparnos y reconocer que, sin Jesús, la Navidad pierde su sentido. Él es el centro y el regalo. Porque la Navidad no comenzó con ruido, ni con compras, ni con aplausos. Comenzó con silencio, con humildad y con un Niño acostado en un pesebre. Volver al origen es recordar que el mayor regalo no se compra: se recibe. Y ese regalo tiene nombre: Jesús.

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