Durante el año 2025, el hemisferio occidental experimentó una serie de cambios significativos en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. La segunda administración Trump, consciente de los obstáculos enfrentados en su primer mandato, se abocó a provocar un cambio estructural en el tablero geopolítico de la región.
En el frente comercial, los anuncios de modificaciones en la política arancelaria obligaron a los países latinoamericanos a reaccionar rápidamente para evitar ser afectados. Esto llevó a que amigos y adversarios de Estados Unidos tuvieran que sentarse a la mesa para negociar un nuevo esquema comercial.
Otro impacto importante se registró en el ámbito de la cooperación. Con el argumento de una realineación de prioridades e intereses, se acordó la disolución de la histórica Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo (AID), lo que provocó un sismo en las redes de influencia que se tejían desde esa institución. Este movimiento ha significado un cambio sustancial en el soft power estadounidense en la región.
Además, la remoción de embajadores de carrera y diplomáticos en varias sedes también es señal de cambios importantes en la política exterior de Estados Unidos hacia América Latina. Específicamente, se han anunciado cambios en las embajadas de Surinam y Guatemala, lo que no es un dato menor, dado el contexto político regional que se avecina para 2026.
Quizás el movimiento más significativo ha sido el despliegue de una importante flota naval en el mar Caribe. Este mensaje claro de reafirmación de la Doctrina Monroe sugiere que Estados Unidos busca recuperar su influencia en lo que considera su "mar nostrum" en la región.
Los analistas coinciden en que todos estos cambios responden a los grandes juegos de poder que han llegado a las vecindades de América Latina. El año 2025 fue testigo de una serie de noticias trascendentales para la región, y el 2026 se perfila como un año clave en el que se verá si estas transformaciones traen oportunidades o riesgos para los países latinoamericanos.
