El fin de año es una época de aceleración y rendimiento, donde la pausa y la reflexión se vuelven actos subversivos. Mariángeles Castro Sánchez, doctora en Comunicación Social y profesora investigadora, analiza cómo en una cultura que premia el hacer constante, detenerse y dar espacio a la resonancia se convierten en gestos de resistencia.
Vivimos en una sociedad que nos empuja a continuar sin pausa, donde detener el ritmo acelerado y dar lugar a la contemplación se considera un lujo innecesario. Sin embargo, Castro Sánchez sostiene que esta es una apuesta contracultural que vale la pena sostener.
El filósofo Byung-Chul Han describe la lógica del rendimiento instalada en nuestras sociedades como una "autoexplotación", una "autoexigencia extrema" que nos convierte en "sujetos cautivos de estándares de desempeño, siempre disponibles, siempre en deuda con una expectativa más alta". Frente a esta dinámica, Han plantea rescatar el valor de la vida contemplativa, no como evasión, sino como una forma primaria de atención, de demora fecunda y de apertura al propósito.
En la misma línea, el sociólogo Hartmut Rosa analiza los efectos de la aceleración actual, señalando que entablamos una "relación muda con el mundo", donde "hacemos mucho, pero nada nos toca de verdad". Como alternativa, el autor introduce la noción de "resonancia", es decir, cuando algo nos interpela, cuando podemos escuchar y responder, cuando una vivencia nos cruza y no nos deja iguales.
Aplicada al campo educativo, esta idea se muestra inspiradora. Educar no es solo transmitir contenidos ni cumplir programas, sino crear condiciones para que algo resuene, para que una pregunta incomode o para que un concepto dialogue con la experiencia. Y para ello, la pausa es un requisito fundamental, sin la cual cualquier propuesta corre el riesgo de tornarse "puramente técnica, eficiente en lo procedimental, pero desconectada de la vida y de aquellos a quienes pretende servir".
Detenerse, entonces, se convierte en un modo de resistencia. Frente a la presión de continuar sin pausa, elegir la resonancia es un "acto consciente de rebeldía", un medio para recuperar lo esencial y una "jugada ética" que vuelve a poner a las personas en el centro. Es la manera más humana de seguir adelante, desactivando el "piloto automático" para construir comunidades de sentido en las que frenar no sea retroceder, sino una forma de avanzar.












