La desesperanza se ha apoderado de Ecuador, con un gobierno que parece incapaz de generar la confianza y la esperanza necesarias para enfrentar los retos del país. El presidente Daniel Noboa, quien llegó al poder prometiendo un cambio, se ha convertido en la "nueva decepción" para los ciudadanos, ahondando los peligros derivados de la falta de dirección y el distanciamiento cada vez mayor entre las instituciones y la población.
La crisis política y social que vive Ecuador es multifacética y profunda. Noboa, en lugar de cambiar la percepción de un Estado distante y disfuncional, la ha reforzado, creando más clientelismo y anclando aún más los abusos, el cinismo y la corrupción del correísmo en las instituciones. Esto ha generado un panorama desolador, donde las dos principales fuerzas políticas compiten por un modelo vetusto, corrupto y arbitrario, eliminando cualquier viento de esperanza.
La sociedad política parece estar estancada en su cinismo y corrupción, sin percatarse de que el país real está abandonado y sumido en la desesperanza, sin alternativas y sin una línea institucional de cambio en el horizonte. Con una justicia capturada, una oposición cuestionando la legitimidad de cualquier poder y problemas acuciantes que se acumulan, la desesperanza se ha convertido en una "pócima letal" para la sociedad ecuatoriana.
En este contexto, la pregunta que surge es si se puede vivir sin esperanza. Noboa y su gobierno han demostrado ser incapaces de generar ese pilar fundamental que da sentido a la razón de vivir, dejando a Ecuador en una encrucijada peligrosa y con efectos impredecibles.











