Cada 31 de diciembre, desde hace 10 años, Rodolfo González Ulloa busca entre sus cosas un viejo ladrillo fabricado por su abuelo materno, Luis Ulloa Ugarte, hace más de 65 años en su fábrica de ladrillos refractarios en Orotina. Este ladrillo se ha convertido en una tradición familiar que simboliza la conexión entre el pasado, el presente y el futuro.
La historia detrás de este ritual de Año Nuevo se remonta a la década de 1940, cuando el abuelo Luis Ulloa recibía en su fábrica a algunos trabajadores que no tenían planes para esa noche. Juntos, Ulloa y los trabajadores molían la tierra refractaria, la ponían en un molde y la prensaban para formar ladrillos. Cada ladrillo llevaba grabado el número del año que comenzaba, y luego se abrazaban y brindaban con tamales y tragos.
Según cuenta la madre de Rodolfo, este ritual era una forma de traer suerte para el año entrante, agradecer el trabajo del año que concluía y hacer votos por tener más clientes. Más que una superstición, era un símbolo de terminar y empezar un año con lo que se agradece y se anhela.
Lamentablemente, esta tradición se detuvo en 1967, cuando el abuelo Luis Ulloa sufrió una crisis pulmonar y estuvo hospitalizado. Aun así, ese Año Nuevo marcó una de las historias más inspiradoras de la vida del abuelo.
Mientras estaba en el hospital, Ulloa se encontró con dos presos heridos que habían sido víctimas de una pelea. Decidió intervenir y negociar una reconciliación entre ellos, convenciéndolos de dejar los rencores en el año viejo y recibir el Año Nuevo con "corazones ligeros". Finalmente, los presos hicieron las paces y recibieron la comunión con el capellán del hospital.
Aunque ese año Ulloa no pudo hacer el ladrillo ritual, su acto de mediación y reconciliación se convirtió en una lección invaluable. Desde entonces, su nieto Rodolfo ha mantenido viva esta tradición, colocando los dos ladrillos restantes de la fábrica de su abuelo en la mesa de Año Nuevo, como una forma de hilar el pasado con el presente y recordar que cada año nuevo es una oportunidad para forjar nuestro propio destino, como se forjan los ladrillos, con esfuerzo y dedicación.
Esta historia familiar es un recordatorio de que el Año Nuevo no es solo un "borrón y cuenta nueva", sino una continuación de nuestra propia historia, que debemos transformar con calor y esfuerzo, como el barro se convierte en ladrillos. Cada uno decide qué hacer con su propia historia y su propio "barro": construir un puente o un muro. Y esa es la gran lección que el abuelo Luis Ulloa dejó a su nieto Rodolfo.












