En su nuevo libro "Cuando el crimen reza", el experto en crimen organizado y columnista de El Mostrador, Pablo Zeballos, realiza un exhaustivo análisis sobre cómo diversos grupos criminales en América Latina, incluyendo Chile, han adoptado y adaptado cultos, prácticas y ritos religiosos como parte de sus estrategias de supervivencia, poder y expansión.
Según Zeballos, para muchos delincuentes la fe no opera como un código ético, sino más bien como una "herramienta funcional, poderosa y, a veces, la única disponible". No se trata de una búsqueda de redención o salvación, sino de protección inmediata, ventaja, poder y control.
En el libro, el autor explica que en Chile se han detectado expresiones fragmentadas de devoción a la Santa Muerte, prácticas de santería y rituales híbridos, mezclados con creencias locales. Estos símbolos y prácticas llegan a través de flujos migratorios y circulación cultural, normalizándose en ciertos contextos y legitimando la violencia como forma de ascenso, protección o identidad.
Zeballos también aborda el fenómeno de los "narcofunerales", los altares y las canciones que glorifican a delincuentes muertos, señalando que no son hechos aislados, sino piezas de un mismo "ecosistema simbólico" que construye una narrativa poderosa: morir joven, armado y venerado es preferible a vivir invisible. Esto funciona como una forma de reclutamiento, especialmente de niños, niñas y adolescentes.
El experto advierte que, si bien en Chile aún no hay cultos estructurados con jerarquías formales, estas expresiones religiosas fragmentadas y transculturadas pueden masificarse a través de los flujos migratorios, las redes sociales y la estética del narco, normalizando una espiritualidad que legitima la violencia.











