Manuel Crespo Cruz, de 69 años, es un maestro que ha dedicado su vida a la enseñanza en la escuela primaria Antonio Maceo, ubicada en la comunidad rural de Venegas, en Cuba. Con 50 años de trayectoria, Manolo, como lo conocen, ha hecho del aula un "lugar sagrado" donde forja saberes y contribuye a la instrucción de los infantes.
Nacido con la vocación por el magisterio, Manolo inició su carrera docente a los 16 años, cuando se sumó al llamado de un grupo de profesionales de la escuela de formación de maestros de Tarará. Debido a la necesidad de maestros rurales en el antiguo municipio Venegas, se trasladó a la escuela pedagógica Deisy Machado, en Remedios, donde recibió un curso de preparación emergente y realizó sus prácticas docentes.
Fue en el asentamiento de Bellamota, en un aula de primer grado, donde Manolo acentuó su pasión por el aprendizaje y el trabajo con los niños en las edades tempranas. Desde entonces, no ha hecho otra cosa que entregarse a la pedagogía, vivir por la escuela y sus estudiantes.
Antes de llegar a la Escuela Primaria Antonio Maceo, en Venegas, Manolo transitó por otras instalaciones. Sin embargo, una vez asentado en este plantel, prefirió consagrarse a él y, desde aquí, disfrutar su gran pasión: dar clases en un aula de primer grado.
"Se necesita paz y amor para trabajar con los estudiantes, disfrutar la alegría, desarrollar la imaginación de los niños, vincularlos con la realidad objetiva y, sobre todo, persuadir con la palabra y acariciar con la mirada", recalca el maestro.
A lo largo de su trayectoria, Manolo también laboró durante un año en el Departamento de Metodología de la Dirección Municipal de Educación, y fungió como jefe de ciclo. Para él, tener éxito como directivo implica apelar a la responsabilidad, la preparación, el amor al trabajo y la actualización, así como escuchar las preocupaciones de las personas, observar los problemas y resolverlos con ética.
La prueba del compromiso de Manolo con el acto de educar está en gestos como el de llegar a la casa de un alumno que no podía asistir a clases por una operación de la vista, y llevarle el contenido de forma oral. Hoy, ese niño es un hombre que se forma como instructor de arte y siempre que puede, lo visita o va al aula a saludarlo.
A sus 69 años, Manolo no le ha abierto las puertas a la jubilación. Es en el aula donde se siente vivo, y por eso insta a quienes apuestan hoy por el magisterio a "prepararse, escuchar, estudiar mucha psicología y pedagogía, y que se pongan a la par del tiempo que les tocó vivir, sin perder la ternura. Es importante el respeto hacia los estudiantes, además del amor y el sacrificio a esta profesión".
