El panorama político colombiano de cara a las próximas elecciones presidenciales se perfila como un menú amplio y diverso, con una variedad de candidatos que van desde "visionarios autoproclamados" hasta "caudillos de ocasión", pasando por "renovadores del sistema" y "defensores del statu quo". Sin embargo, más allá de la diversidad de ofertas, lo que parece faltar es un consenso claro sobre el país que se quiere construir y la forma de salir del estancamiento que paraliza al país.
Los nombres ya suenan, algunos con trayectoria y otros con más ruido que sustancia. La izquierda articula sus fuerzas, aunque con fisuras internas, mientras que la derecha se reagrupa con nuevos rostros y viejas recetas. En medio de este panorama, millones de colombianos no se sienten representados por ninguna de las opciones, pero aún creen en la democracia como refugio frente al desencanto.
El fondo del asunto no es solo quién llegará a la presidencia, sino qué país dejará el actual mandatario. El próximo gobernante heredará no solo una economía frágil y un sistema de seguridad bajo presión, sino también un país profundamente polarizado, donde la política ha dejado de ser un debate para convertirse en una "guerra de tribus".
Mientras el Gobierno celebra cifras de reducción del desempleo, millones de familias siguen contando monedas al final del mes. Mientras se anuncia récords en transferencias a municipios, alcaldes de todos los colores políticos aseguran que apenas reciben el 30% de lo prometido. Y mientras se habla de paz con mayúsculas, en regiones como Catatumbo, el Pacífico o el sur del Cauca, el Estado sigue ausente y la violencia estructural, presente; así como el fortalecimiento de los grupos armados como las FARC y el ELN.
Esta realidad no puede reducirse a una batalla binaria entre izquierda y derecha. No se trata solo de ideologías, sino de la falta de coherencia entre el discurso de Bogotá y la realidad en barrios, veredas y cabeceras municipales. Colombia necesita líderes que entiendan que gobernar no es imponer una visión e ideales, sino construir desde lo local, lo concreto y lo urgente. Candidatos que vean a las regiones como el corazón del país, y no como un mero relleno de discursos.
El verdadero reto no es ganar una elección, sino superar la polarización tóxica que impide el diálogo, la escucha y el acuerdo. El desafío es priorizar la seguridad con justicia, el empleo con dignidad y el desarrollo con equidad. Es que los candidatos dejen de hablar sobre el pueblo y empiecen a hablar con él.
Hoy, Colombia no necesita más de todo, sino algo que funcione. Necesita líderes con los pies en la tierra, planes realistas y, sobre todo, la capacidad de unir en vez de dividir. Solo así podrá superarse la crisis actual y construir el país que los colombianos merecen.











