El Cinsault, una cepa antaño relegada en Chile, vive hoy su mejor momento. Premios internacionales, altos puntajes y creciente interés enoturístico han llevado a una nueva valoración de este vino patrimonial, cuyas raíces se encuentran en los suelos del sur del país.
Durante décadas, el Cinsault fue una cepa secundaria, utilizada principalmente para dar color y volumen a otros vinos. Sin embargo, en los últimos años, esta variedad ha protagonizado un verdadero renacer, convirtiéndose en un símbolo de la identidad vitivinícola chilena.
El auge del Cinsault está directamente ligado al concepto de "vino patrimonial", que pone en valor no solo la uva, sino también la historia, el paisaje, las prácticas agrícolas y la cultura local. Muchas de estas parras no son conocidas por su nombre "oficial", sino por denominaciones populares heredadas de generación en generación, reflejo de un vínculo afectivo profundo con el territorio.
Uno de los lugares emblemáticos del Cinsault es el Valle del Itata, la zona vitivinícola más antigua de Chile, donde la cepa encontró una expresión única: vinos de menor grado alcohólico, frescos, tensos, con fruta roja viva, acidez natural y un carácter profundamente ligado al paisaje.
En el Itata, hablar de Cinsault es hablar de agricultura familiar, de viñedos que resisten sin riego, de vendimias manuales, de vinos honestos que expresan lugar antes que moda. Y esta identidad de origen ha sido clave para el reconocimiento internacional de esta cepa.
En 2025, el crítico estadounidense James Suckling otorgó 95 puntos a un Cinsault del Valle del Itata, estableciendo un récord histórico para la variedad a nivel mundial. Suckling lo describió como un vino "irresistible", de perfil "tenso y lineal", confirmando que el Cinsault chileno, bien trabajado y con identidad de origen, puede competir al más alto nivel global.
Pero el fenómeno del Cinsault no se limita a una sola viña. En los Decanter World Wine Awards 2025, la Causa Blend 2022, un proyecto de Familia Torres en Itata elaborado con Cinsault, País y Carignan, fue elegido Best in Show, la máxima distinción del certamen y el mayor reconocimiento internacional que ha recibido un vino del Itata.
Este éxito es fruto de décadas de convicción por parte de productores como Miguel A. Torres, quien afirma que "el Itata demuestra que, a escala humana y con trabajo manual, se pueden hacer vinos de clase mundial".
El desarrollo del Cinsault chileno también se vive a escala local, en concursos y ferias que conectan vino, comunidad y turismo. Estos certámenes cumplen un rol clave: acercar el mundo del vino a las comunidades locales, fortalecer el enoturismo rural y dar visibilidad a productores que mantienen viva una tradición centenaria.
Hoy, el Cinsault ya no habita solo el nicho del vino patrimonial. Cruza escalas y estilos, desde proyectos campesinos hasta grandes marcas que lo incorporan con una mirada contemporánea, confirmando su versatilidad como vino tranquilo, espumante, rosado e incluso como base de blends complejos.
El futuro del vino chileno se escribe, en parte, desde sus cepas más antiguas. Y el Cinsault, la cepa olvidada que hoy brilla, es un claro ejemplo de cómo la revalorización de los tesoros enológicos locales puede llevar a un vino a conquistar los más altos reconocimientos internacionales.












