En nuestro país, los escándalos se han convertido en parte del día a día. La corrupción, la delincuencia y la incompetencia de las autoridades ya no sorprenden a nadie, pues se han normalizado al punto de que la indignación apenas dura lo que un video de TikTok.
El problema es que cuando lo intolerable deja de escandalizar, se convierte en lo "normal". Nuestro Perú está bajo una especie de "anestesia general" que permite que todo siga igual, mientras las autoridades se limitan a emitir comunicados tibios y gestos que son solo para la foto.
Las consecuencias de esta normalización son graves. Cuando el crimen deja de ser noticia y se convierte en lo cotidiano, el abuso de poder y la mediocridad encuentran el terreno perfecto para prosperar. Además, el ciudadano de a pie termina dejando de exigir por sus derechos, pues siente que nada va a cambiar.
Es hora de recuperar la capacidad de indignarse. No se trata de gritar más fuerte o compartir más videos en las redes sociales, sino de volver a poner límites y dejar de normalizar lo que es inaceptable. La resignación no es madurez, es derrota.
Porque cuando todo indigna, ya nada indigna. El problema ya no es lo que pasa, sino lo que dejamos pasar.
