José María Arguedas, uno de los más grandes novelistas peruanos del siglo XX, tenía una serie de curiosas manías y costumbres que lo hacían un personaje entrañable y único, según recuerda el destacado escritor Alonso Cueto.
Cueto, quien conoció de cerca a Arguedas, relata que el autor de "Los ríos profundos" solía ir a almorzar a su casa los martes y que le llamaba la atención que hablara en quechua con la cocinera del hogar. "Nos dimos cuenta de dos cosas que nos llamaban la atención, una era que le faltaba parte de un dedo, tenía un muñón, la otra que hablaba en quechua con la cocinera de la casa", comenta Cueto.
Pero más allá de estos detalles, Arguedas también destacaba por su particular sentido del humor. "Recuerdo muy bien que de vez en cuando se ponía a cantar 'el wifala, wifala, wifala', y luego su sentido del humor, la gente, claro, se ha acostumbrado a recordarlo como un personaje sombrío y terrible, pero también era un tipo que te hacía muchas bromas, cuando estaba en grupo era el animador de la reunión", agrega Cueto.
Arguedas, además de ser uno de los más importantes narradores peruanos, también tuvo una prolífica producción de relatos cortos que reflejaban la magia y el misterio de los Andes. Uno de los más destacados, aunque poco conocido, es "El joven que subió al cielo", una historia "alucinante, hermosa, pero a la vez triste, desgarradora, como el alma y el corazón del gran escritor", según comenta el columnista.
En este relato, un joven campesino se enamora de una hermosa mujer que resulta ser una estrella que ha bajado del cielo. Tras lograr casarse con ella, el muchacho emprende un viaje sobrenatural al cielo, acompañado por un cóndor, para reencontrarse con su amada. "Se los recomiendo, es un cuento alucinante", concluye el columnista.











