La Justicia de Nueva Zelanda aplicó una severa sanción a un caso de manipulación deportiva relacionado con apuestas. El mediocampista Clayton Lewis, con 27 partidos con la selección nacional, fue suspendido por cinco años del fútbol después de que se comprobara que provocó intencionalmente una tarjeta amarilla a cambio de dinero.
El incidente ocurrió el 9 de diciembre de 2023, durante el partido entre Macarthur FC y Sydney FC, por la liga australiana. Lewis provocó la advertencia de manera deliberada y, según la investigación, recibió aproximadamente 10 mil euros por esa acción. Además del alejamiento de las canchas hasta 2028, la Justicia ordenó la devolución íntegra del monto recibido.
La decisión dejó en claro que la conducta se enmarcó en un caso de manipulación deportiva, independientemente de que el resultado final del partido no se haya visto alterado. Para las autoridades locales, el simple hecho de intervenir intencionalmente en un elemento del juego ya es suficiente para comprometer la integridad de la competición.
Este entendimiento contrasta con lo ocurrido en Brasil, donde el Supremo Tribunal Federal determinó que forzar una tarjeta amarilla no constituye un delito. El caso involucró al lateral Igor Cariús, acusado de haber provocado una advertencia en el Campeonato Brasileño de 2022 por orden de apostadores. Si bien la Justicia Deportiva aplicó una suspensión de un año, el STF concedió un habeas corpus al considerar que la conducta no se enmarca en el Código Penal.
La decisión brasileña, si bien puede tener un respaldo técnico en la letra de la ley, evidencia un problema mayor: la dificultad de la Justicia local en comprender cómo funciona la manipulación en el fútbol contemporáneo. Hoy en día, los esquemas de apuestas ya no dependen solo de los resultados finales, sino que se alimentan de detalles como tarjetas, córners, faltas y sustituciones, que mueven millones.
Una tarjeta amarilla nunca es irrelevante. Genera suspensiones automáticas, altera la planificación de los equipos, interfiere en partidos futuros y puede influir directamente en el desarrollo de un campeonato. Tratar este tipo de acciones como algo sin impacto real es desconocer la lógica del deporte profesional.
Mientras que Nueva Zelanda opta por castigar con firmeza para proteger la credibilidad del juego, Brasil envía una señal peligrosa de tolerancia. El mensaje implícito es simple y preocupante: siempre y cuando no se altere el marcador, se pueden negociar partes del partido.
Es así como la integridad del fútbol comienza a resquebrajarse, no a través de grandes escándalos, sino mediante la normalización de pequeñas desviaciones. Un fenómeno que las autoridades deben abordar con la seriedad que merece.











