La capital de República Dominicana, Santo Domingo, enfrenta un problema estructural con la iluminación pública que afecta la seguridad y calidad de vida de sus habitantes. Caminar por las calles de la ciudad durante la noche es como "navegar en penumbra", con numerosas zonas donde las luminarias no funcionan, nunca se instalaron o quedaron abandonadas.
Esta situación no solo genera una sensación de inseguridad en los ciudadanos, sino que también facilita la acción de la delincuencia al crear puntos ciegos y disminuir la visibilidad. La oscuridad, históricamente aliada del crimen, se ha apoderado de arterias viales, parques y sectores enteros de la ciudad, convirtiendo estos espacios en lugares de incertidumbre.
El problema revela una falta de coordinación entre las diferentes instituciones responsables, como los ayuntamientos, las distribuidoras eléctricas y el Ministerio de Energía y Minas. Cada una parece operar con lógicas distintas, sin un plan integral que aborde el problema de manera estratégica.
Si bien se han anunciado planes de modernización del alumbrado público con tecnología LED y proyectos para mejorar la seguridad urbana a través de la iluminación, la realidad cotidiana sigue siendo desalentadora. Muchos barrios permanecen a oscuras, las luminarias instaladas no siempre reciben el mantenimiento adecuado, y las intervenciones parecen más reactivas que proactivas.
La falta de iluminación pública en Santo Domingo es un síntoma de un problema más profundo, que refleja el abandono, la falta de mantenimiento y las debilidades institucionales que afectan a la ciudad. La capital dominicana merece algo más que luces dispersas; necesita claridad, seguridad y una planificación integral que garantice que su futuro esté iluminado.











