Una investigación revela que, detrás del discurso de "no injerencia" en asuntos internos, China ejerce presiones económicas y diplomáticas a gobiernos, legisladores y candidatos que cuestionan el estatus de Taiwán. Tres episodios recientes en Japón, Honduras y Panamá evidencian esta contradicción.
Durante la última década, China ha buscado consolidarse como un actor hegemónico en el Sur Global, promoviendo principios como la "no injerencia" y la "cooperación Sur-Sur". Sin embargo, los acontecimientos recientes muestran un patrón difícil de conciliar con esa imagen.
Detrás del discurso de neutralidad y respeto mutuo que China proyecta, persiste una práctica política que contradice sus propios principios declarados. Allí donde algún gobierno, legislador o candidato cuestiona el tema de Taiwán -un punto especialmente sensible para el Partido Comunista-, Pekín abandona la prudencia diplomática para ejercer presiones directas, emitir advertencias públicas o interferir abiertamente en los debates internos.
Tres episodios recientes ilustran bien esta contradicción:
- En Japón, tras las declaraciones de la primera ministra Sanae Takaichi sobre asumir "responsabilidades históricas" ante una agresión china contra Taiwán, Pekín respondió con amenazas de restringir el suministro de tierras raras y advertencias de viaje a sus ciudadanos.
- En Honduras, la embajada china exigió a un candidato presidencial que se retractara de sus declaraciones favorables a Taiwán, recordándole que se trata de un asunto de "alta sensibilidad".
- En Panamá, mientras una delegación de legisladores visitaba Taipéi, la embajada china emitió una advertencia inusualmente severa, insinuando que el viaje podría "dañar la confianza mutua" y "afectar los intereses fundamentales" de China.
Estos casos demuestran la distancia entre la retórica china de no injerencia y su comportamiento real. Cuando gobiernos, Parlamentos o actores políticos se pronuncian sobre Taiwán, Pekín abandona la neutralidad y despliega presiones económicas, advertencias diplomáticas e intentos explícitos de disciplinamiento.
La no injerencia opera como narrativa, pero la intervención es la práctica. Detrás de esto subyace el temor político de que Taiwán demuestre al mundo que puede existir una sociedad china democrática, abierta y próspera, sin un partido único ni una burocracia autoritaria.
