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La soledad de los vencidos: el caso de Luis Arce Catacora

La soledad de los vencidos: el caso de Luis Arce Catacora

La experiencia de Luis Arce Catacora, expresidente de Bolivia, nos muestra de manera desgarradora la precariedad de los afectos políticos y la radical soledad de los vencidos. Aquellas grandes concentraciones que coreaban al unísono "Lucho, no estás solo" han desaparecido como por arte de magia, dejando al descubierto que constituían un ritual más ligado a las expectativas de reciprocidad material que a un afecto genuino.

Estas "multitudinarias" demostraciones de apoyo son la encarnación de lo que el sociólogo Georg Simmel denominó el "intercambio social": actos masivos que se sostienen no por lazos orgánicos o comunitarios profundos, sino por una fría y utilitaria transacción de intereses. En este esquema, el apoyo no es un fin en sí mismo, sino un medio para acceder a recursos controlados por la figura central.

El repentino silencio y la súbita soledad que experimenta Arce Catacora son el eco del desamparo que ha marcado el colapso del Movimiento al Socialismo (MAS), el partido que en algún momento se mostró multitudinario y que, según se señala, la ambición de Evo Morales y la inconmensurable corrupción condenaron al fracaso.

La soledad que experimenta el político caído no es simplemente la caída del caudillo, sino el silencio que se experimenta cuando la sala queda vacía, cuando ya no hay nadie en el escenario de los acontecimientos; es el ritual de un final inesperado.

Los masistas nunca entendieron que la compra de lealtades, ya sea a través de la cooptación de dirigentes, la asignación de cargos o la distribución de bonos, despoja a la relación política de sus valores éticos y morales. Es la ecuación perfecta mediante la cual se pulverizan los ideales de una organización, sus sueños e ideología, reduciendo toda acción política a un mero intercambio de intereses materiales.

En consecuencia, los convenios basados en el intercambio instrumental son inherentemente vulnerables a cualquier cambio en la balanza del poder. Se trata siempre de una relación costo-beneficio, y cuando esta balanza se inclina, la lealtad política se esfuma.

El silencio en torno a Arce Catacora se hace más evidente cuando recordamos los aspavientos de poder de "las bases" masistas: el Pacto de Unidad, los Interculturales, las Bartolinas y otros "dirigentes" han emprendido una silenciosa retirada, y las valerosas consignas que prometían, como la célebre "patria o muerte", enmudecieron de golpe. ¿Había en ellos la fuerza de la historia que proclamaban, o solo el peso de una chequera?

En última instancia, la soledad de los vencidos en política se revela como una fatalidad estructural de los sistemas donde la democracia se ha transformado en dictadura. Arce Catacora, más allá de cualquier juicio ético o legal, es hoy el actor que nos obliga a confrontar esta dura realidad: la lealtad política, cuando es comprada, tiene fecha de caducidad. Su aislamiento final no es el resultado de su propia soberbia, sino la inevitable consecuencia del desplome del andamiaje que le daba vida, en este caso, del andamiaje masista.

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