La inteligencia artificial (IA) se ha convertido en una tecnología disruptiva que promete transformar todos los ámbitos de la vida, incluido el mundo laboral. Economistas y políticos debaten sobre cómo la IA, y en especial la inteligencia artificial general (IAG), remodelará la fuerza laboral.
Los tecno-optimistas sostienen que la tecnología ha sido históricamente un potente motor del crecimiento económico, impulsando nuevas industrias con puestos de trabajo novedosos. Sin embargo, otros expertos advierten que los cambios provocados por la IA son de otra magnitud y podrían afectar hasta al 40% de los puestos de trabajo, ya que las máquinas impulsadas por la IA sustituyen el trabajo que tradicionalmente realizaban personas, en su mayoría calificadas.
Incluso si no se pierden puestos, el trabajo de los humanos podría perder valor, lo que provocaría una caída de los salarios, según el experto en economía de la IA, Anton Korinek.
Dos de los tres galardonados con el Premio Nobel de Economía del 2024, Daron Acemoglu y Simon Johnson, del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), han escrito extensamente sobre la inteligencia artificial y su posible impacto en el empleo. Ellos sostienen que debe actuarse para garantizar que los beneficios de la IA se distribuyan ampliamente, mediante la intervención de los gobiernos, para evitar que se agrave la desigualdad en esta era de creciente automatización.
Acemoglu y Johnson aconsejan prestar atención a las lecciones de los inicios de la Revolución Industrial y al pensamiento flexible de una figura clave de aquella época: David Ricardo. El economista británico, testigo de primera mano de las consecuencias de los telares mecánicos, cambió radicalmente de opinión al ver cómo estas nuevas tecnologías afectaban a los trabajadores.
Al igual que en la Revolución Industrial, la revolución tecnológica actual ha automatizado una amplia capa de puestos de trabajo de calificación media, lo que ha obligado a muchas personas a recurrir a trabajos menos calificados y peor remunerados. Esto ha provocado un aumento de la desigualdad, con los grupos de mayores ingresos obteniendo mucho más que los de menores ingresos.
Acemoglu, Johnson y otros economistas creen que, si se gestiona correctamente, la IA podría ayudar a restaurar el núcleo de calificación media y clase media del mercado laboral estadounidense, vaciado por la automatización y la globalización. La idea sería formar a los trabajadores en la aplicación de software de IA, para que puedan asumir tareas de toma de decisiones que antes realizaban profesionales altamente calificados.
Sin embargo, no todos los expertos son tan optimistas. Korinek advierte que la llegada de la IAG, con capacidades cognitivas a nivel humano, podría provocar un desplazamiento masivo de la mano de obra y una importante disminución de los salarios, a menos que los gobiernos intervengan para evitar que se amplíe aún más la brecha de riqueza.
A corto plazo, Korinek sugiere mejorar las habilidades de los trabajadores en funciones que aún requieren capacidades exclusivamente humanas, como la conexión auténtica, la inteligencia emocional y la supervisión ética. Más adelante, las sociedades podrían necesitar cambios más profundos.
Al igual que en la Revolución Industrial, el impacto de la IA en el empleo y los salarios dependerá en gran medida de cómo actúen los gobiernos. Como advierte Johnson, "el que haya nuevas máquinas no significa que la mayoría de la gente se beneficie de ellas". Será crucial que los responsables políticos aprendan de la historia y adopten un pensamiento flexible y proactivo para aprovechar al máximo los beneficios de la inteligencia artificial.












