En un año tan prolífico como lo fue el 2025 en materia de cine y series, resulta imposible abarcar cada producción que dejó huella en la pantalla. La oferta ha sido tan amplia y diversa que, aunque quisiéramos, no podríamos detenernos en todas las historias, géneros y propuestas que merecen reconocimiento.
Por eso, antes de comenzar, Popcorn506 se disculpa de antemano por las ausencias inevitables: sabemos que muchas obras valiosas quedarán fuera de este repaso. Y no por falta de mérito, sino porque este espacio busca condensar lo que, a nuestro parecer, ha marcado con mayor fuerza la conversación cultural y el entretenimiento global.
2025 ha sido un año especialmente revelador para el cine y las series. Tanto por la cantidad de estrenos memorables como por la variedad de propuestas que han convivido. Ha habido cine de autor con impacto mediático, grandes producciones que han funcionado mejor por control que por exceso y series que han confirmado que el formato televisivo sigue siendo el espacio más fértil para el desarrollo de universos complejos.
Además, ha sido un año en el que muchas franquicias han reconocido sus errores recientes, y han ajustado sus expectativas para recuperar la confianza del público. Al mismo tiempo, 2025 ha servido como antesala de un 2026 que se perfila mucho más ambicioso.
En cine, 2025 ha destacado por una convivencia poco habitual entre películas de fuerte personalidad autoral y títulos diseñados para grandes audiencias. Emilia Pérez ha sido uno de los ejemplos más claros de ello: una película que ha generado debate tanto por su planteamiento narrativo como por su ambición formal. Y demuestra que todavía hay espacio para propuestas incómodas dentro de circuitos amplios.
Y, a la vez, la premiada y excelente Anora confirmó la capacidad del cine independiente para conectar con el público a través de historias íntimas, directas y emocionalmente reconocibles. En un registro completamente distinto, The Brutalist se convirtió en una de las experiencias cinematográficas más comentadas del año por su radicalidad estética y su apuesta por un relato exigente, alejado de cualquier concesión.
Por otro lado, el cine de gran presupuesto ha mostrado una cara más contenida. Mickey 17, bajo la dirección de Bong Joon-ho, funcionó como un raro híbrido entre ciencia ficción accesible y sátira social. La propuesta demostró que incluso dentro de un marco industrial muy controlado, se pueden colar lecturas incómodas, casi como en aquellas décadas pasadas en las que el ingenio se reía de la censura.
Del mismo modo, Mission: Impossible cerró su arco reciente con una entrega que, sin reinventar la saga, ha sabido jugar con la fatiga del propio personaje y con esas sensaciones de final de etapa. En el terreno de las franquicias más tradicionales, Superman no tuvo más remedio que ser uno de los estrenos más observados del año. Y no solo por lo que contaba, sino por cómo lo hacía y lo que representaba: el intento de redefinir un icono sin caer en la deconstrucción excesiva ni en la nostalgia vacía.
Dentro del cine más personal, Frankenstein de Guillermo del Toro ha sido uno de los proyectos más esperados y, a la vez, más comentados por su carga autoral. Más allá de debates sobre ritmo o duración, la película ha consolidado el universo visual y temático del director, reforzando su interés por los monstruos como figuras trágicas y profundamente humanas.
En una línea distinta pero igualmente radical, Bugonia confirmó a Yorgos Lanthimos como uno de los cineastas más incómodos y reconocibles del panorama actual, con una película que ha dividido opiniones, pero ha generado conversación constante. Y eso es, seguramente, una de las virtudes más importantes que se le pueden pedir o aplaudir a una obra de arte.
La animación también ha tenido un papel relevante en 2025. Zootopia 2 demostró, y demuestra, que una secuela puede funcionar cuando se entiende como una expansión del mundo creado y no como una simple réplica de años después. Sin revolucionar su fórmula, la película ha sabido crecer en escala y complejidad, manteniendo el equilibrio entre entretenimiento familiar y lectura social.
En cuanto a las series, 2025 también nos ha dado buenas cosechas. Empezando por Severance 2, que ha consolidado su estatus como una de las ficciones más inteligentes y estimulantes del panorama reciente, sobre todo al profundizar en su universo sin perder tensión ni claridad narrativa. Al mismo tiempo, The Last of Us optó por adaptar un material previo con respeto y personalidad, apostando por el desarrollo emocional de sus personajes más que por la pura espectacularidad.
El Eternauta merece un análisis crítico dentro de las producciones latinoamericanas de 2025. La serie argentina de Netflix trasladó un referente histórico del cómic a un lenguaje contemporáneo sin diluir su carga política y simbólica. Su impacto fue notable tanto a nivel local como internacional, confirmando el potencial de las producciones no anglosajonas cuando cuentan con ambición y recursos.
No queremos olvidarnos de uno de los grandes fenómenos del año, que entra en la categoría de miniseries: Adolescencia. Logro destacar con una propuesta arriesgada y profundamente inmersiva. La miniserie británica, creada por Jack Thorne y Stephen Graham, se atrevió a narrar la historia de un adolescente acusado de asesinato a través de cuatro episodios rodados íntegramente en plano secuencia. Esta decisión estética no fue mero artificio: convirtió cada capítulo en una experiencia claustrofóbica y visceral.
Y, por último, Stranger Things, que cierra definitivamente su recorrido. Su última temporada está ejerciendo de despedida consciente, apostando por el espectáculo y la emoción como forma de cierre de una de las series más influyentes de la última década.
De cara a 2026, el calendario audiovisual deja claro que será un año marcado por grandes títulos reconocibles, más que por sorpresas imprevistas. No se trata tanto de adivinar tendencias como de observar cómo la industria confía, una vez más, en nombres y universos capaces de sostener el interés global. Y en ese contexto, hay una película que actúa como punto de partida casi obligatorio: la nueva entrega de Avatar, que vuelve a situarse como el gran acontecimiento cinematográfico del año.
Más allá de cifras o récords, la saga de James Cameron sigue funcionando como termómetro industrial. Aquí cada estreno redefine el estándar técnico, el tipo de espectáculo que puede ofrecer una sala y la paciencia del público ante relatos de largo aliento. Avatar no solo inaugura el calendario de expectativas, sino que marca el listón para todo lo que viene después.
A partir de ahí, Avengers: Doomsday asumirá el reto de recomponer el mapa emocional y narrativo de Marvel, mientras Spider-Man: Brand New Day apuntará a una escala más íntima, centrada en las consecuencias y no en el exceso. En un registro distinto, Odissey, de Nolan, se perfilará como uno de los grandes eventos autorales del año, con una épica pensada para ser vivida como una experiencia más que como un fast-food.
Disney y Lucasfilm también buscarán músculo con The Mandalorian and Grogu, clave para medir la traslación de Star Wars del formato serie al cine, y con Toy Story 5, una secuela que llega con más ilusiones que certezas. Junto a ellas, otras franquicias como Dune, Super Mario Bros, Scream y Masters of the Universe, todas obligadas a justificar su continuidad, pero que sin duda nos despiertan el mayor interés.
En televisión, la ambición pasa por universos de largo recorrido como la serie de Harry Potter y Blade Runner 2099, dos proyectos que condensan bien el espíritu de 2026: mirar hacia delante sin dejar de negociar con el peso del pasado. Y es que la nostalgia no es tanto una lucha entre originalidad y franquicia como una convivencia inevitable entre ambas. Parece que el cine y las series seguirán buscando ese equilibrio entre el acontecimiento colectivo y la experiencia personal, o entre el ruido del estreno global y el silencio de una buena historia bien contada.












