La migración juvenil en Ecuador se ha convertido en una estrategia de supervivencia, ante la ausencia de oportunidades y la falta de un horizonte prometedor en el país. Las universidades ya no garantizan la movilidad social, y el empleo posgraduación se ha vuelto un mito, mientras que la ideología del "emprendimiento" ha terminado siendo un eufemismo para la informalidad.
Las redes sociales cumplen una doble función inquietante, sirviendo como un escape a la violencia y la inseguridad, pero también como herramientas de reclutamiento para bandas criminales que ofrecen dinero fácil a jóvenes desesperados. Migrar se celebra cuando llegan las remesas, pero estas no son un signo de éxito, sino más bien un síntoma de que el país expulsa a sus jóvenes, quienes luego lo sostienen desde el exterior.
El Estado ha olvidado su rol básico de garantizar condiciones mínimas para los ciudadanos, y los gobernantes se niegan a discutir la incómoda verdad de que en Ecuador, el futuro existe solo para quienes nacen con privilegios. Mientras tanto, los jóvenes se ven obligados a huir del país en busca de una vida digna, dejando atrás una realidad marcada por la violencia, la inseguridad y la falta de oportunidades.












